Fotograma del videoclip "Another Brick In The Wall", del grupo inglés Pink Floyd
En un mundo cada vez más deshumanizado,
el reduccionismo económico campa a sus anchas por el planeta. Ya casi no queda
nada que no pueda resultar susceptible de ser medido en términos económicos,
maximizando los beneficios y reduciendo las pérdidas. Uno puede pensar en el
amor o la amistad como esferas puras libres de la injerencia de aquella “mano
invisible” de la que hablara Adam Smith hace unos cuantos siglos.
Sin
embargo, ni nuestra pareja se salva de esta coyuntura, y no son pocos los que
se han visto obligados a finalizar una relación, por ejemplo, por verse
obligados a trabajar en un país foráneo, bien sea haciendo algo relacionado con
aquello para lo cual se prepararon afanosamente, o bien resignándose a aceptar
un puesto como “distribuidor fijo de viandas de rápida preparación con alto
contenido en materia grasa” (también conocido vulgarmente como “dependiente de
McDonald’s”) en la concurrida Victoria’s Street, y con un sueldo que apenas
sirve para asegurar la supervivencia.
Y usted
quizá se esté preguntando, ¿qué tiene que ver esto con la educación, que a fin
de cuentas es el tema que estamos tratando? Quizás nada. Quizás todo. Depende
de cuál sea su prisma a la hora de enfrentarse al debate. ¿Se considera usted
una persona que le gusta analizar todo en términos de beneficios y pérdidas? En
caso afirmativo, debo reconocerle que es un modo de ver el mundo bastante
interesante. Sin embargo, en el tema de la educación, y como en cualquier tema
de igual calibre, es necesario tener en
consideración varias interpretaciones.
Cuando le
preguntamos a otras personas cuáles son los problemas a los que se enfrenta la
educación en la actualidad, la respuesta más intuitiva probablemente tenga
relación con la economía, con los famosos “recortes”. Y no les falta razón. Los
recortes están lastrando en gran medida el desenvolvimiento y la accesibilidad
de muchos estudiantes a la educación en todos sus niveles. En pura teoría, una
menor inversión en educación supone a la larga una menor preparación de
nuestros jóvenes y, consecuentemente, menor competitividad con respecto al
resto de países.
Pero, ¿es
realmente la inversión lo que falla en el sistema educativo? Un aumento en las
partidas presupuestarias asignadas a la educación, ¿sería la panacea? La
respuesta es evidente: en absoluto. Sería como darle a un enfermo pequeñas
descargas para reanimarle el pulso, mientras va muriendo lentamente. El enfermo
cree que se está curando, cuando en realidad el poco efecto de las descargas es
la verdadera causa de su lenta muerte.
¿Adónde
quiero ir a parar con esta metáfora? A que no se puede combatir la crisis de la
educación con insignificantes descargas eléctricas, sino con una gran descarga
que reactive el sistema nervioso del paciente y haga que el núcleo de la vida,
el corazón, vuelva a bombear la circulación a todo su cuerpo.
Nuestro gran
fallo ha sido considerar como el corazón de la educación al poderoso caballero
Don Dinero de Quevedo, en vez de al propio sistema educativo, a la concepción
que desde la política se hace de él. Hasta que no se haga una reflexión
unánime, conjunta y decidida sobre la remodelación de nuestro sistema
educativo, cualquier otra medida no servirá sino como un parche provisional que
en cualquier momento puede dejar de ser eficaz.
¿Qué
entiendo yo por fallos del sistema educativo actual? Priorizar los resultados
académicos del alumno en vez de enseñarle a reflexionar sobre el mundo que le
rodea. Enseñarle técnicas memorísticas de cara al examen en vez de explicarle
el por qué de lo que está intentando memorizar. Hacerle entender los procesos a
través de los resultados en vez de poner el acento sobre las causas, es decir,
que el alumno finalmente asevere que todo lo que ha aprendido no tiene
aplicación en su contexto, porque le han enseñado qué es un árbol, pero no le
han enseñado cómo se debe plantar una semilla y regarla para obtener ese
magnífico árbol.
Y lo que a
mi parecer es el carácter más inhumano del modelo educativo: asimilar a los
alumnos a máquinas de producción de resultados, y parafraseando a Pink Floyd,
como “unos cuantos ladrillos más para el muro”, fomentando la competencia entre
ellos, competencia que en sí misma no es mala, pero que puede ser desleal y
perjudicial a largo plazo si no va acompañada de valores necesarios como el
compañerismo, la solidaridad, la ayuda mutua y la cooperación.
Esa errónea
concepción del sistema educativo tiene su principal causa en el poco consenso
en esta materia entre las fuerzas políticas del país. Si en 35 años de
democracia hemos tenido 7 leyes de Educación, es decir, aproximadamente una ley
cada 5 años, es evidente que existe un problema de continuidad y consolidación
del sistema educativo en nuestro país. Cuando un partido político, llámese
PSOE, llámese PP, tiene como primera tarea al entrar en Gobierno imponer su
criterio ideológico en una materia tan trascendental como la educación, sin
buscar el consenso entre los miembros de la oposición, no podemos esperar que
un proyecto educativo dé buenos frutos, y a los estudios e investigaciones
internacionales nos remitimos…
La solución
a este problema no debe pasar únicamente (aunque sí necesariamente) por un
consenso entre todas las fuerzas políticas, sino que también debe contar con el
apoyo de las rectorías de las Universidades, de las asociaciones de docentes y
alumnos de todos los niveles educativos, de pedagogos y de especialistas, con
el fin de hacer de la Educación un auténtico tema de Estado, y dotarlo del
consenso y minuciosidad que nunca ha tenido.
En
definitiva, se trata de impulsar la capacidad de comprensión y de reflexión del
futuro alumno, que piensen por sí mismos y se cuestionen, incluso, la propia
educación recibida. Es una firme apuesta por el carácter de la socialización
del modelo educativo, que lleva aparejada la creación de ciudadanos
comprometidos con el futuro. Una generación de alumnos que comprendan que de
ellos depende el bienestar de su país y que ellos son los responsables de
cambiar el designio de los tiempos. Con sus conocimientos, con su esfuerzo, con
su trabajo y con su perseverancia, podremos construir entre todos una sociedad
que apuesta firmemente por la educación como el motor, no sólo del crecimiento
económico, sino más importante aún, del crecimiento humano, del crecimiento en
valores, que constituyen verdaderamente la seña de identidad y progreso de un
país. Con esfuerzo y con ilusión, una nueva educación es posible.
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