sábado, 31 de mayo de 2014

La educación, ¿otro ladrillo más en el muro?

Fotograma del videoclip "Another Brick In The Wall", del grupo inglés Pink Floyd

           En un mundo cada vez más deshumanizado, el reduccionismo económico campa a sus anchas por el planeta. Ya casi no queda nada que no pueda resultar susceptible de ser medido en términos económicos, maximizando los beneficios y reduciendo las pérdidas. Uno puede pensar en el amor o la amistad como esferas puras libres de la injerencia de aquella “mano invisible” de la que hablara Adam Smith hace unos cuantos siglos.
Sin embargo, ni nuestra pareja se salva de esta coyuntura, y no son pocos los que se han visto obligados a finalizar una relación, por ejemplo, por verse obligados a trabajar en un país foráneo, bien sea haciendo algo relacionado con aquello para lo cual se prepararon afanosamente, o bien resignándose a aceptar un puesto como “distribuidor fijo de viandas de rápida preparación con alto contenido en materia grasa” (también conocido vulgarmente como “dependiente de McDonald’s”) en la concurrida Victoria’s Street, y con un sueldo que apenas sirve para asegurar la supervivencia.
Y usted quizá se esté preguntando, ¿qué tiene que ver esto con la educación, que a fin de cuentas es el tema que estamos tratando? Quizás nada. Quizás todo. Depende de cuál sea su prisma a la hora de enfrentarse al debate. ¿Se considera usted una persona que le gusta analizar todo en términos de beneficios y pérdidas? En caso afirmativo, debo reconocerle que es un modo de ver el mundo bastante interesante. Sin embargo, en el tema de la educación, y como en cualquier tema de igual  calibre, es necesario tener en consideración varias interpretaciones.
Cuando le preguntamos a otras personas cuáles son los problemas a los que se enfrenta la educación en la actualidad, la respuesta más intuitiva probablemente tenga relación con la economía, con los famosos “recortes”. Y no les falta razón. Los recortes están lastrando en gran medida el desenvolvimiento y la accesibilidad de muchos estudiantes a la educación en todos sus niveles. En pura teoría, una menor inversión en educación supone a la larga una menor preparación de nuestros jóvenes y, consecuentemente, menor competitividad con respecto al resto de países. 
Pero, ¿es realmente la inversión lo que falla en el sistema educativo? Un aumento en las partidas presupuestarias asignadas a la educación, ¿sería la panacea? La respuesta es evidente: en absoluto. Sería como darle a un enfermo pequeñas descargas para reanimarle el pulso, mientras va muriendo lentamente. El enfermo cree que se está curando, cuando en realidad el poco efecto de las descargas es la verdadera causa de su lenta muerte.
¿Adónde quiero ir a parar con esta metáfora? A que no se puede combatir la crisis de la educación con insignificantes descargas eléctricas, sino con una gran descarga que reactive el sistema nervioso del paciente y haga que el núcleo de la vida, el corazón, vuelva a bombear la circulación a todo su cuerpo.
Nuestro gran fallo ha sido considerar como el corazón de la educación al poderoso caballero Don Dinero de Quevedo, en vez de al propio sistema educativo, a la concepción que desde la política se hace de él. Hasta que no se haga una reflexión unánime, conjunta y decidida sobre la remodelación de nuestro sistema educativo, cualquier otra medida no servirá sino como un parche provisional que en cualquier momento puede dejar de ser eficaz.
¿Qué entiendo yo por fallos del sistema educativo actual? Priorizar los resultados académicos del alumno en vez de enseñarle a reflexionar sobre el mundo que le rodea. Enseñarle técnicas memorísticas de cara al examen en vez de explicarle el por qué de lo que está intentando memorizar. Hacerle entender los procesos a través de los resultados en vez de poner el acento sobre las causas, es decir, que el alumno finalmente asevere que todo lo que ha aprendido no tiene aplicación en su contexto, porque le han enseñado qué es un árbol, pero no le han enseñado cómo se debe plantar una semilla y regarla para obtener ese magnífico árbol.
Y lo que a mi parecer es el carácter más inhumano del modelo educativo: asimilar a los alumnos a máquinas de producción de resultados, y parafraseando a Pink Floyd, como “unos cuantos ladrillos más para el muro”, fomentando la competencia entre ellos, competencia que en sí misma no es mala, pero que puede ser desleal y perjudicial a largo plazo si no va acompañada de valores necesarios como el compañerismo, la solidaridad, la ayuda mutua y la cooperación.
Esa errónea concepción del sistema educativo tiene su principal causa en el poco consenso en esta materia entre las fuerzas políticas del país. Si en 35 años de democracia hemos tenido 7 leyes de Educación, es decir, aproximadamente una ley cada 5 años, es evidente que existe un problema de continuidad y consolidación del sistema educativo en nuestro país. Cuando un partido político, llámese PSOE, llámese PP, tiene como primera tarea al entrar en Gobierno imponer su criterio ideológico en una materia tan trascendental como la educación, sin buscar el consenso entre los miembros de la oposición, no podemos esperar que un proyecto educativo dé buenos frutos, y a los estudios e investigaciones internacionales nos remitimos…
La solución a este problema no debe pasar únicamente (aunque sí necesariamente) por un consenso entre todas las fuerzas políticas, sino que también debe contar con el apoyo de las rectorías de las Universidades, de las asociaciones de docentes y alumnos de todos los niveles educativos, de pedagogos y de especialistas, con el fin de hacer de la Educación un auténtico tema de Estado, y dotarlo del consenso y minuciosidad que nunca ha tenido.
En definitiva, se trata de impulsar la capacidad de comprensión y de reflexión del futuro alumno, que piensen por sí mismos y se cuestionen, incluso, la propia educación recibida. Es una firme apuesta por el carácter de la socialización del modelo educativo, que lleva aparejada la creación de ciudadanos comprometidos con el futuro. Una generación de alumnos que comprendan que de ellos depende el bienestar de su país y que ellos son los responsables de cambiar el designio de los tiempos. Con sus conocimientos, con su esfuerzo, con su trabajo y con su perseverancia, podremos construir entre todos una sociedad que apuesta firmemente por la educación como el motor, no sólo del crecimiento económico, sino más importante aún, del crecimiento humano, del crecimiento en valores, que constituyen verdaderamente la seña de identidad y progreso de un país. Con esfuerzo y con ilusión, una nueva educación es posible.

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