sábado, 31 de agosto de 2013

Dos robos, ¿misma legitimidad?

 Foto del asalto a un supermercado. 30 de agosto.    Foto de Luis Bárcenas llegando a Barajas      Extraída de Twitter: @mundoobrero                         5 de marzo. Publicada en La Vanguardia


Les invito a la reflexión una vez más a través de estas dos imágenes: a su izquierda tienen una imagen del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), con los famosos carritos utilizados para llevarse material escolar de un hipermercado; y a su derecha, Luis Bárcenas, ex-tesorero del Partido Popular, implicado en uno de los casos de corrupción más grandes de la historia de España.
Supongo que ya saben por dónde van los tiros. Si consideramos la información que nos ofrecen los medios de comunicación, nos queda la impresión de que ambos han hecho lo mismo: robar. Sin embargo, bajo la apariencia de una misma acción, ¿podemos situar en la misma línea de comparación ambos actos? La respuesta que puedo ofrecer es bastante clara: no. Y me explicaré.
Si consideramos estos dos actos desde un punto de vista meramente formal o jurídico, nadie puede dudar de que ambos constituyen un delito, con sus responsables y sus respectivas penas.  Sin embargo, el quid de la cuestión gira en torno al complejo concepto de legitimidad. Desde luego, aquí entra en juego el uso connotativo que cada uno haga de dicho término.
No obstante, si miramos ambos casos desde un prisma exclusivamente relacionado con el interés social, parece evidente que el uso fraudulento que ha hecho el señor Bárcenas del dinero público para la contabilidad ‘B’ del Partido Popular no tiene, en absoluto, ningún interés social. Más bien al contrario, ya que persiguen meros intereses particulares, el viejo arte de enriquecerse a costa de otros.
Sin embargo, algún atisbo de legitimidad puede existir en el colectivo del SAT que, aun siendo plenamente conscientes de que están cometiendo un delito, deciden asumir la responsabilidad de robar alimentos y material escolar con el único fin de mejorar, aunque sea en pequeña medida, la situación de miles de familias andaluzas.
Con estos actos, el SAT ha conseguido un objetivo a mi parecer bastante importante, más allá de la función social que hayan podido realizar: al igual que con el caso de los carritos de comida protagonizado por el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, hace poco más de un año, el SAT ha vuelto a poner sobre la escena política y social con este gesto simbólico lo que parece evidente desde hace ya algún tiempo: la crisis del sistema.
            Parte de la ciudadanía, quizá motivada por el opio del cuarto poder, no tarda en condenar este acto como fascista y no duda en criminalizar sin piedad a los miembros de este colectivo. Otra parte, sin embargo, advierte que algo pasa cuando la justicia española parece quedarse impasible ante los casos de corrupción de la clase política, mientras que actúa con gran celeridad para condenar actos como los del SAT, o los de una señora cualquiera que robó una barra de pan.
            Y esto es lo reseñable del asunto: que un asalto a un supermercado tenga más morbo mediático que el caso Bárcenas o que cualquier caso de corrupción, es síntoma de que algo raro está pasando. Si condenamos de forma más enérgica el robo de material escolar para los que menos recursos tienen que la contabilidad ‘B’ del Partido Popular, es síntoma de que algo raro está pasando, y que nosotros mismos somos cómplices al consentir que así sea.
            Para concluir, he de decir que con este artículo no pretendo justificar ni mucho menos exculpar ninguno de los dos delitos, tan sólo constatar que bajo la misma visera, ambas acciones pueden ser vistas desde una forma radicalmente distinta. Y sobre todo que, por raro o extremo que parezca, detrás de la ilegalidad puede esconderse cierta legitimidad.
    

viernes, 2 de agosto de 2013

Análisis de una pregunta sin respuesta

           
                       Mariano Rajoy en el Senado. Foto de El País. 1 de agosto de 2013.

1 de agosto. En pleno estío. Ya para empezar, la fecha elegida por Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno de España, para comparecer ante el Congreso (aunque en la sede del Senado), tiene su miga. Un día perfecto para trasladar un mensaje político a la ciudadanía. Ciudadanía que, en gran medida, está disfrutando de las vacaciones o a punto de coger el coche para ir a la playa. Y parece obvio que bastante harta está ya de la “clase política” como para comprar un periódico o encender la televisión para ver lo que tiene que contar el político de turno. Por tanto, insisto, qué mejor que hacer una estelar aparición por el Parlamento en un día en el que nadie va a encender la televisión.

Se esperaba mucho de esta comparecencia. Se esperaba que muchas de las preguntas que se hacen los ciudadanos ante un escándalo de corrupción de tal calibre tuvieran respuesta por parte del Presidente. Y Rajoy hizo lo que tenía que hacer, o lo que estaba previsto que hiciera: nada. Y con nada me refiero a los tres elementos que vienen vertebrando su discurso político desde que comenzó la legislatura: la negación de cualquier tipo de acusación, el relato de las maravillas que está haciendo su equipo de Gobierno, y retrotraerse al pasado para elaborar sus argumentos contra la oposición.

El comienzo de la entrevista ya apuntaba maneras cuando el Presidente del Gobierno decía que acudía a la Cámara de ‘motu propio’. Si ignoramos, como ha hecho el Presidente, que el PSOE, tras conocer los famosos SMS intercambiados entre Mariano Rajoy y Luis Bárcenas, pidió la comparecencia del Presidente ante la cámara, bajo amenaza de una moción de censura, o Izquierda Unida, que pedía la inmediata dimisión del Presidente y la convocatoria de elecciones anticipadas, y que gracias a los votos del Grupo Popular se rechazó la petición de comparecencia del Presidente por parte del resto de grupos parlamentarios, entonces Mariano Rajoy tiene toda la razón del mundo.

En su intervención, Mariano Rajoy abogaba por la presunción de inocencia, de la que debe gozar cualquier persona, aun cuando todas las pruebas que se han publicado vayan en su contra. De hecho, el Presidente del Gobierno ha dicho, y cito textualmente: “Esto es una cámara parlamentaria, señorías, no un tribunal”.

Tiene usted toda la razón, señor Presidente, el Congreso de los Diputados es una cámara parlamentaria, que representa la voluntad del pueblo. Es cierto. Una cosa es la responsabilidad judicial, siendo los Tribunales los encargados de comprobar si ésta existe o no. En el campo jurídico, el Presidente del Gobierno todavía no ha sido imputado ni llamado a una vista oral por ningún delito.

Pero existe otra responsabilidad totalmente distinta a la judicial, y esa no es otra que la responsabilidad política. Una responsabilidad que une en un fuerte lazo directamente al político con la ciudadanía entera. Y si esta ciudadanía tiene la mínima sospecha de que el Presidente del Gobierno ha tenido tratos con un evasor fiscal de tal envergadura, que era conocedor de la supuesta contabilidad ‘B’ de su propio partido y, sobre todo, que ha cobrado sobresueldos en negro, entonces esta responsabilidad política se cobra un alto precio que, sin duda, puede costarle el cargo a Mariano Rajoy, que hace ya algún tiempo perdió la legitimidad democrática de la que tanto se jacta, pero ese es otro asunto diferente.

Pero ha habido otro tema, además de éste, que me ha llamado bastante la atención. Lo que voy a contar ahora no es nada nuevo, pero por las circunstancias, este hecho se ve agravado. Me refiero a la falta de respeto mostrada por los diputados del Grupo Popular hacia las intervenciones del resto de grupos, lo cual constituye intrínsecamente una falta de respeto al pueblo que ha elegido a esos diputados, y que representan sus intereses en la cámara, y por ende, una falta de respeto a la democracia. Era curioso ver el “gallinero” que se formaba cuando hablaba, por ejemplo, Joan Baldoví, diputado de Compromís, y eso si había suficientes diputados en la cámara como para hacer ruido, pues había momentos en los que los escaños estaban vacíos. Escaños que no tardaban en llenarse, sin embargo, cuando hablaban el portavoz del Grupo Popular, Alfonso Alonso, o el propio Mariano Rajoy, homenajeados ambos entre aplausos y vítores.

Y por si esto era poco, faltaba la archiconocida técnica del Partido Popular para salir del paso, la ya conocida por todos como la técnica del “y tú más”, consistente en recordar la herencia recibida por el Partido Socialista y los casos de corrupción que éste ha tenido a lo largo de la historia de la democracia española. Sin embargo, es preciso recordar algo importante: esos casos ya fueron juzgados (y en algunos casos, están siendo juzgados hoy día) y muchos políticos del PSOE  han sido imputados e, incluso, condenados. La ciudadanía ya está cansada de que tanto uno como otro partido se lancen trapos sucios, y hagan una verdadera lucha contra la corrupción. El “y tú más” hace tiempo que dejó de tener su morbo, y a los españoles ya les cansa el mismo discurso monótono e insustancial. Quieren respuestas y acciones contundentes contra este problema que es considerado como el tercer problema más grave de los españoles, según la última encuesta del CIS.

Hoy Mariano Rajoy, que por si alguien lo olvidaba es el Presidente del Gobierno de España, tenía una oportunidad para contar la verdad, pero ha decidido callar y secuestrar la democracia una vez más, ignorando las peticiones de los distintos grupos parlamentarios. Y es que como diría Enrique Múgica, ex Defensor del Pueblo:

"la democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos"

Fin de la cita