Agentes de policía vigilando un desalojo gitano en Lyon (Emmanuel Foudrot-Reuters)
La crisis económica está poniendo el mundo patas
arriba. Qué novedad, ¿no? Podría hablar de la situación de millones de
desempleados, de la corrupción en la política. Podríamos hablar de España, pero
esta vez no lo haré, sino que me trasladaré a un país vecino: a la hermana
Francia. Y todo ello para comentar una de las consecuencias, a mi juicio, más
graves de este desorden mundial: la pérdida de valores. Pero no una pérdida de
valores cualquiera, sino en un sector muy específico de la política.
Y es
que desde el comienzo de la crisis económica, la izquierda ya no es la
izquierda, y el buen ejemplo de ello es el recorrido que han tenido los
Partidos Socialistas europeos. Lo sé, habrá quien diga que esos partidos nunca
se han situado en el espectro político de la izquierda, aunque yo prefiero
seguir pensando que siguen ahí, aun cuando muchas de las políticas que llevan a
cabo en el gobierno sean por el obedecimiento y acato a las medidas de la
famosa troika.
Pero
ya no es sólo en materia económica donde los Partidos Socialistas se han
acomodado a las recetas neoliberales, antagónicas a lo que ha sido su esencia
histórica. Ahora también se sienten como Pedro por su casa en la utilización
del mismo discurso de ciertos sectores de la derecha y, cómo no, de la
ultraderecha. El discurso xenófobo, racista y discriminatorio.
Y en
este caso el protagonista no es el Frente Nacional, el partido ultraderechista
liderado ahora por la hija de Jean-Marie Le Pen, sino, quién lo diría, el
Partido Socialista francés, de la mano del Ministro de Interior, Manuel Valls,
con el beneplácito del impasible Président de la République, François Hollande.
Me estoy
refiriendo a la expulsión del país de 20000 personas de etnia gitana, por estar
asociados, según el ya mencionado Ministro, “a la delincuencia y a la
mendicidad”, y personalizado en una alumna gitana de 15 años, Leopolda Dibrani,
que fue separada del resto de sus compañeros de clase mientras realizaba una
actividad escolar para ser detenida y deportada junto a toda su familia. Esta vivencia
personal ha recorrido el mundo, y nos ha llenado de auténtica vergüenza a unos
cuantos.
Vergüenza
no sólo por el hecho en sí, sino por haber sido perpetrado por un gobierno
socialista, cuyos valores siempre han propugnado la humanidad y el respeto a
los diferentes pueblos y culturas del mundo. Pues bien, esos valores se han
perdido, y han adaptado, muy a nuestro pesar, el discurso xenófobo del que
hablábamos antes.
Un
discurso que ha pasado, en palabras del sociólogo Ulrich Beck, de la modernidad
simple a la modernidad reflexiva. Y me explicaré: la primera se dio en un
contexto de Europa industrializada, allá por el siglo XIX, en la que el
liberalismo propugnó la idea de los Estados-nación, Estados cuyos individuos
son de una misma cultura, y diferenciados claramente de otros Estados. Sin
embargo, con la globalización del siglo XX este panorama sufrió un profundo revés,
y países como Francia empezaron a convertirse en receptores de población inmigrante,
de tal manera que en la última década se está construyendo un discurso “neonacionalista”,
caracterizado por hacer explícita la distinción del “nosotros-ellos”, y
propugnando un nacionalismo proteccionista, con la instauración de un Estado
fuerte y preventivo de la seguridad, que ya no busca la diferenciación entre
Estados, sino dentro del mismo.
Por
último, quisiera realizar mi defensa particular, no sólo de los romaníes, sino
de todos los pueblos de este planeta Mundo, y le diré algo al Ministro del
Interior francés, Manuel Valls: quizá usted no lo recuerde, porque no lo vivió,
pero al igual que esas familias tuvieron que emigrar a Francia buscando un
futuro mejor, su padre también se vio obligado a exiliarse durante el
franquismo, por ser hijo de un republicano. Usted representa a un partido con
unos valores históricos que propugnan la igualdad y la solidaridad entre
pueblos. No se deje llevar por la deriva de los acontecimientos en el resto de
Europa y defienda los Derechos Humanos. Si sigue mi consejo, es posible que un
día, la izquierda europea resurja con fuerza y le diga al mundo que ésta es la
Europa que queremos: una Europa de hermanos, en la que no importe la raza, el
sexo, ni la religión. Una Europa unida, en definitiva, por la defensa de los
Derechos Humanos que todos tenemos por el mero hecho de ser ciudadanos de este
mundo.